Estrategias escolares para mitigar el ruido
Un aula repleta de voces, sillas que se arrastran y timbres que suenan sin cesar puede parecer una escena habitual en cualquier escuela, pero esa rutina sonora tiene un costo invisible: el desarrollo cognitivo y emocional de los chicos.
La contaminación auditiva en entornos escolares no es solo un problema ambiental, sino también una amenaza silenciosa para la salud infantil y el aprendizaje.
Cuando el ruido se vuelve parte del paisaje cotidiano, dejamos de percibirlo como un problema, pero en realidad es un obstáculo concreto para enseñar, aprender y convivir, explican especialistas en salud auditiva infantil que impulsan la campaña de concientización durante esta semana.
La contaminación sonora en las escuelas argentinas es un tema cada vez más urgente. No se trata solo del bullicio del aula, sino de un entorno acústico hostil generado por múltiples factores: el tránsito exterior, las obras en construcción, los trenes cercanos, pero también el ruido interno, como charlas a los gritos en pasillos, juegos en los recreos, arrastre de sillas sin topes de goma, o actividades escolares simultáneas que conviven sin planificación sonora.
Un niño que desea intervenir en clase pero no puede seguir el hilo de la conversación debido al ruido de fondo, no solo queda excluido del contenido educativo, sino que también pierde instancias fundamentales de desarrollo emocional.
Las habilidades sociales como la empatía, la escucha activa y la colaboración —pilares de una convivencia armónica— se ven profundamente afectadas cuando la comunicación no fluye de manera clara.
De ahí la importancia de la Semana de la Concientización sobre la Contaminación Auditiva, que se celebra en Argentina del 7 al 13 de abril, impulsada por la agenda educativa con el objetivo de visibilizar esta problemática desde una perspectiva integral.
Durante esta semana, se promueve que las instituciones educativas trabajen en torno a la problemática del ruido, no solo para identificar fuentes, sino también para fomentar entornos sonoros más saludables e inclusivos.
La contaminación acústica en las escuelas no solo dificulta la enseñanza, sino que también impacta negativamente en el estado de ánimo de estudiantes y docentes.
Estudios internacionales señalan que los entornos ruidosos aumentan los niveles de estrés, dificultan la concentración y pueden generar alteraciones en el comportamiento infantil.
El Ministerio de Salud de la Nación estima que entre 1 y 3 de cada 1000 nacimientos presentan hipoacusia, una cifra que crece si se tienen en cuenta los problemas auditivos transitorios o adquiridos en los primeros años de vida.
Lo más preocupante es que muchas de estas dificultades pasan desapercibidas durante años. Por eso, los organismos internacionales de salud insisten en la necesidad de realizar controles auditivos anuales en la infancia.
Detectar a tiempo una pérdida de audición, incluso leve, puede marcar una diferencia sustancial en el desarrollo del lenguaje, la integración escolar y el rendimiento académico. Un simple test auditivo puede cambiar la trayectoria educativa de un niño.
Además de la prevención médica, la mitigación del ruido en el ámbito escolar debe ser una política activa. Las recomendaciones incluyen desde cambios en la arquitectura escolar —como la incorporación de materiales acústicos en techos y paredes— hasta medidas de bajo costo como agregar topes de goma a las patas de las sillas y mesas, y reorganizar los horarios para evitar la superposición de actividades ruidosas.
También es clave formar a docentes y estudiantes sobre los efectos del ruido y fomentar hábitos de cuidado sonoro.
Los espacios escolares deben garantizar el derecho a aprender y a desarrollarse en condiciones saludables.
En ese sentido, la concientización sobre la contaminación auditiva no puede quedar reducida a una semana de actividades simbólicas. Debe formar parte de una política educativa constante, articulada con el sistema de salud, las familias y las comunidades.
Como periodista y observador habitual de la dinámica escolar, me sorprende cuánto naturalizamos el ruido en las escuelas.
Entrar a una institución educativa debería ser también ingresar a un espacio de cuidado sensorial. Escuchar sin dificultad, ser escuchado con claridad, comprender sin distracciones: esos deberían ser derechos garantizados para todos los estudiantes.
El ruido constante no solo ensordece, también invisibiliza. Invisibiliza al niño que no puede expresarse, al que no entiende, al que se cansa más rápido y termina aislado.
Frente a esto, no podemos ser indiferentes. No se trata de exigir silencio absoluto —porque jugar, reír y compartir son parte del crecimiento—, sino de promover una cultura del sonido saludable, donde el ruido no sea un obstáculo, sino una variable más a gestionar en favor de la inclusión educativa.
La contaminación auditiva en las escuelas no es solo una cuestión de decibeles: es una alerta sobre cómo, a veces, dejamos que el entorno se imponga sobre la palabra, la escucha y el vínculo. Hagamos que el aula vuelva a ser un espacio de encuentro, no de ruido. Escuchar también es cuidar.