Talleres y programas buscan reforzar la lectura en la Ciudad

Cada 8 de septiembre el mundo pone la mirada en un tema que, aunque parezca resuelto, todavía encierra deudas profundas: la alfabetización.

Declarado por la UNESCO en 1967, el Día Internacional de la Alfabetización nos recuerda que leer y escribir no son simples herramientas académicas, sino derechos humanos fundamentales que abren el camino a la inclusión social, la participación democrática y la construcción de ciudadanía plena.

“Alfabetizar es mucho más que enseñar letras: es abrir puertas, generar oportunidades y garantizar igualdad”, remarcan desde el Consejo de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires, organismo que este año volvió a insistir en la necesidad de políticas sostenidas para achicar las brechas que aún persisten.

La alfabetización, entendida en su sentido más amplio, no se limita al acceso a la escuela primaria ni a la adquisición mecánica de la lectura y la escritura.

Es una condición de posibilidad para ejercer otros derechos: desde acceder a información pública y comprender trámites hasta poder participar en debates colectivos, insertarse en el mundo laboral o crear proyectos de vida autónomos.

En la Ciudad de Buenos Aires, las tasas de escolarización son altas, pero la realidad muestra que persisten desigualdades. Hay barrios donde los índices de comprensión lectora son preocupantes, y sectores donde las condiciones materiales y sociales limitan los procesos de aprendizaje.

Según datos de la UNESCO, más de 770 millones de personas adultas en el mundo aún no saben leer ni escribir, y dos tercios de ellas son mujeres.

En Argentina, si bien los niveles de analfabetismo se redujeron en las últimas décadas, los problemas de comprensión lectora y escritura funcional atraviesan a una parte importante de la población infantil y adolescente.

El último operativo Aprender mostró que cerca del 46% de los estudiantes de primaria tienen dificultades para comprender textos. Esta cifra interpela de manera directa a las políticas públicas.

El Consejo de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes porteño trabaja de manera articulada con escuelas, organizaciones barriales y familias para revertir esta tendencia.

Sus programas no se limitan a acompañar trayectorias escolares, sino que buscan instalar la alfabetización como un derecho y un desafío colectivo. “No se trata de responsabilizar solo a la escuela: alfabetizar es una tarea social, donde todos los actores debemos involucrarnos”, señalan desde el organismo.

La pandemia de COVID-19 dejó marcas visibles en este campo. Las interrupciones de la presencialidad, la brecha digital y las dificultades de conectividad impactaron con fuerza en los sectores más vulnerables, profundizando las desigualdades de acceso a la alfabetización.

Hoy, con la vuelta plena a la presencialidad, los especialistas advierten que los déficits no se resuelven solo con más días de clase, sino con estrategias pedagógicas específicas, materiales adecuados y acompañamiento a las familias.

En la Ciudad, varias iniciativas intentan dar respuesta. Desde talleres de lectura en plazas hasta bibliotecas móviles en barrios populares, pasando por convenios con editoriales para el acceso gratuito a libros, las acciones se multiplican. Sin embargo, las cifras muestran que aún falta mucho camino.

El desafío es garantizar que cada chico y cada chica, sin importar su origen social o barrio de residencia, pueda acceder en igualdad de condiciones al universo de la palabra escrita.

La alfabetización también es clave en el plano emocional y cultural. Leer un cuento en la infancia, escribir una carta, poder firmar un documento o redactar un currículum son pasos que marcan la diferencia entre estar adentro o afuera del sistema. “La alfabetización es un pasaporte a la libertad. Sin ella, la democracia se vuelve un terreno inaccesible”, advierten desde organismos internacionales.

El Día Internacional de la Alfabetización es, entonces, mucho más que una efeméride. Es una oportunidad para reflexionar sobre las deudas pendientes, para visibilizar las desigualdades y, sobre todo, para renovar el compromiso de toda la sociedad. Porque enseñar a leer y escribir no puede ser un privilegio, sino un derecho garantizado para todos.

Al cerrar esta nota, me queda claro que la alfabetización no es un tema que se agote en un discurso o en un programa puntual.

Es una lucha cotidiana, un proceso en construcción que necesita de políticas de Estado firmes, de docentes comprometidos y de una comunidad que entienda que cada libro abierto es una puerta al futuro. Y que cada niño o niña que queda afuera de esa puerta es una herida en nuestra democracia.

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